:::Relato de “El Último Acto”.:::


Luis
, siempre fue un hombre alegre. Un payaso de corazón, que encontraba en las risas de los niños...la razón para seguir adelante. Desde que su hijo Mateo, llegó a su vida, su inspiración creció. Cada carcajada, cada mirada de asombro en la carpa del circo, le recordaba a su pequeño, quien siempre decía:

-“Papá, cuando sea grande, quiero ser como tú.”

Pero la vida, caprichosa y cruel, tenía otros planes. Luis, estaba en plena gira por el país, llevando sonrisas a distintos rincones, cuando su celular vibró inesperadamente. Era Laura, la hermana de su ex esposa. Su voz temblaba.

-“Luis… tienes que venir… Mateo… está muy grave.”

El mundo de Luis, se detuvo. Su corazón, comenzó a latir con fuerza...mientras un frío recorrió su espalda. ¿Grave? ¿Cómo? No sabía nada. ¿Por qué nadie le había avisado?


Sin pensarlo dos veces, dejó todo. Canceló...la función de esa noche. Algo, que nunca había hecho y emprendió el viaje más doloroso de su vida. Al llegar al hospital, su corazón se hizo pedazos al ver a Mateo, postrado en una cama, pálido, su cuerpo cambió, era más delgado que nunca. Sus ojos, ya no brillaban como antes.

Luis, vestido aún con parte de su traje de payaso, se acercó tembloroso. “¡Hola, mi pequeño gigante!” Intentó sonreír, pero sus labios apenas lograban curvarse. Mateo, lo miró y sus labios dibujaron una leve sonrisa.

-“¿Viniste, papá?” —susurró el niño.

Luis tragó saliva, sintiendo cómo la tristeza lo ahogaba. Se sentó a su lado, acariciando su manita fría. “Claro que sí, hijo… siempre estaré aquí”

Pasó una semana entera al lado de Mateo, sin moverse. Le contaba historias, le hacía muecas para que sonriera, pero sus ojos traicionaban el dolor que sentía. Cada noche, cuando el hospital se sumía en el silencio, Luis...lloraba en silencio, rogando un milagro que nunca llegó.

Finalmente, una madrugada, Mateo partió. Luis, sintió cómo su mundo se desmoronaba en un instante. Su razón para hacer reír al mundo se había apagado.

Días después, regresó al circo. Entró a la carpa, donde el sonido de las risas parecía burlarse de su dolor. Se puso el maquillaje por última vez, miró su reflejo y no vio al payaso alegre de antes. Vio a un hombre roto, sin fuerzas, sin alma.


“No puedo seguir…”
, murmuró.

Luis...dejó su traje, su nariz roja y su bastón en el camerino. El payaso, que había hecho reír a miles de personas, había dado su último acto. Sin Mateo, no había risas que valieran la pena.

Desde ese día, Luis...desapareció del mundo del circo, llevándose consigo los recuerdos de su hijo… y el recuerdo de una risa que nunca volvería a escuchar.

AUTOR: TRES 33 El INICIO
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