:::¿¿Sabían que los escritores, tienen musas??.::::


Las Musas y sus Víctimas.-
Las musas, son criaturas caprichosas. No tienen piedad con los escritores. Se les aparecen como mujeres de una belleza imposible, etérea, insostenible. Se acuestan, con ellos en noches de fiebre, poseyéndolos con historias, que no pueden dejar de escribir, los llenan de frases, que llegan como ráfagas de luz y que deben ser capturadas, antes de que se apaguen. Pero luego, cuando más las necesitan, desaparecen.

La Musa de Dostoyevski.-
La musa de Fiódor, era una mujer de ojos oscuros como el Neva en invierno y de labios rojos, como el vino barato de una taberna de San Petersburgo. Le susurraba historias al oído, mientras él escribía con dedos temblorosos, febril, iluminado, por la llama intermitente de una vela consumida. Lo amaba de una forma brutal, como solo pueden amar las musas: sin darle tregua, sin permitirle paz.

Pero era una amante cruel. Lo embrujó, con el juego, con la ruleta girando en su mente hasta que sus bolsillos estuvieron vacíos y su orgullo destrozado. Lo hizo escribir, como un poseso para pagar sus deudas, haciéndolo firmar contratos que lo ataban a plazos imposibles, con editores, que eran como prestamistas. Se reía de él cuando, en los días de mayor miseria, empeñaba hasta su abrigo en pleno invierno. Y sin embargo, cuando él, la tenía entre sus brazos, cuando sentía su aliento de vodka y desesperación en su cuello, escribía las páginas más desgarradoras, que la literatura haya visto.


Lo traicionaba con la ideología, con la política, con el sueño de revoluciones, que terminaban siempre en cárceles o en la pobreza. Lo abandonó muchas veces, dejándolo seco, solo, sin palabras. Pero siempre regresaba, y cuando volvía, era con más hambre, que nunca.

La Musa de Poe.-
Edgar Allan Poe, tenía una musa espectral, pálida como la luz de la luna reflejada en una lápida húmeda. Olía a hojas viejas y a la humedad de los ataúdes mal sellados. Le dictaba versos de belleza macabra, mientras él se tambaleaba entre delirios de alcohol y desamor. Se acurrucaba con él en noches de miseria, mientras el hambre le apretaba el estómago y las sombras de la locura acechaban en los rincones.

Era la amante más perversa: lo dejaba abandonado en las calles, riéndose mientras él enloquecía. Pero siempre volvía, con promesas de cuentos inmortales, con historias de gatos infernales y corazones delatores. Lo hizo besar a la muerte tantas veces, que al final ya no hubo diferencia entre su musa y la tumba.

La Musa de Stephen King.-
Stephen King, tiene una musa distinta. Es una mujer con ojos de carretera interminable, con la sonrisa torcida de un payaso de feria y la velocidad, de un coche sin frenos. Se sienta en la esquina de su oficina mientras él teclea sin descanso, fumando un cigarrillo invisible, olfateando el aire con la impaciencia de un depredador. Su voz, suena como el ruido blanco de un televisor encendido a medianoche.


A diferencia de las musas de Poe y Dostoyevski, ella no lo abandona. Lo acecha. Lo obliga a escribir incluso cuando no quiere. Es un demonio disfrazado de musa, una fuerza que lo ha hecho correr con cocaína en las venas, escribir hasta la extenuación, llenar páginas con historias que parecen dictadas por el subconsciente de un niño aterrorizado. Es una musa persistente, pero no se puede confiar en ella. Un día puede hacer que escribas y otro día puede hacer que despiertes sin recordar nada de lo que hiciste la noche anterior.

Autor Anónimo .

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